jueves, 26 de febrero de 2015

Mis uñas


Por Lucy Ramón.


Ayer sólo les conté sobre el estornudo y el bostezo que me echó encima la señora cocodrila que me hizo las uñas, como estaba extenuada, no tenía mucho deseos de escribir pero ahora que cargué las pilas, les cuento la historia completa. Habían tres manicures "chinos", dos mujeres, una joven y otra no tan joven y un hombre, esposo de la esta última. Le seguían dos manicures cubanas, dedicadas, al parecer a las uñas tradicionales.

Estando en mi silla de espera, la "chinita joven" me quitó con acetona el esmalte para ir adelantando y luego, cuando la china mayor termino'con la clienta que atendía, me hizo una seña y me apure'a ocupar mi puesto. Nada más hago sentarme y la cocodrila me toma las manos para comenzar su trabajo y es en ese preciso momento que la sorprende el estornudo. Si me llega a salpicar de moco, quizás ahora estaría pasando la noche en una estación de la policía de Hialeah, ¡Quién sabe!

El caso fue que después de estornudar, en medio de la faena, la señora se echó un bostezo bastante desagradable, se paró de su silla, caminó unos pasos y a su regreso, volvió a sentarse, abrió un cartucho que había sacado de su bolsa y sonrió, atorugándose un trozo de carne asada en su enorme bocaza. Sonrió mientras tragaba, casi sin masticar. 

Al ver que se trataba de hambre, le hice un gesto de comprensión pues, como manicure que yo sé perfectamente lo que es no tener tiempo para comer por la presión del trabajo. Un par de mordiscos más y el cartucho regresó a su recaudo, la "china" continuó su trabajo. Bueno, intentó continuar, su teléfono móvil que parecía una pantalla plana de un tv sonó y la doña, volvió a desantenderse de mis manos para mostrarle a la jovencita algún mensaje que acababa de recibir.

Las dos hablaron un Chinchanchun de esos que nadie entiende, mi torturadora volvió a reanudar su trabajo. La más joven se alejó hasta el fondo del local y se puso a desinfectar los sillones donde se hace el pedicure. De repente, mi "china" empieza a hablar y hablar y yo comienzo a buscar con la vista algún "blutu'" por su oreja pero no, no tenia ninguno, el teléfono estaba apagado y ella no paraba de chinchanchear sin quitar sus ojos de mis manos.

Mire'a la manicure cubana y le pregunté:
- ¿Ella habla sola?
- No, ella le habla al esposo. Me respondió sonriente.
- Pero si él está atendiendo a su clienta, ¿tiene el nasobuco puesto y no le responde?
- Ellos son esposos y así conversan.

¡Qué raro!, pensé. No es la primera vez que veo este tipo de diálogo, en otros salones de uñas orientales, he visto lo mismo. Casi siempre el esposo ocupa el primer puesto, a la entrada y le siguen la esposa y otros familiares que conversan en su idioma pero lo de mi chinita, rompió récords, hablaba más que un perdido recién encontra'o.

Cuando todo parecía ir "viento en popa", a la joven manicure le cayó una clienta que venía acompañada de un "petardo", digo, de un niño de unos diez añitos. Como estábamos casi pegaditas, el bebé puso una mano en el espaldar de de la silla de su mami y la otra en mi silla y empezó a zarandearme y a soplar aire en mi espalda. 

Creo que mi mirada fue lo suficiente explícita para que la señora captara mi mensaje.
- ¡Te voy a partir pa'rriba Jonathan! 
Esa fue su reacción. Me quedé de una pieza. ¿Como es eso de partirle para arriba a un niño al que evidentemente no has educado? Pensé. El chiquito no se estaba quieto un segundo, se sentaba, se paraba detrás mi y yo velándolo. Aquella señora no se cansó de regañar y amenazar a aquella criatura uniformada.

No acabo de entender por qué las madres no se dan cuenta de que los niños salen cansados después de casi un día de escuela para ir a un salón de belleza con el que no tienen nada qué ver y encima de eso, no le traen algún juguete o aprovechan para conversar con su hijo acerca de sus actividades. escolares. 

Entiendo que no tenemos tiempo para embellecernos y tratamos de hacerlo cuando andamos cerca de donde recogemos los niños. Nos resulta muy difícil sacar tiempo para nosotras pero es muy estresante también para una criatura permanecer sentada como una momia, esperando por algo que quién sabe cuánto demorará. 

Si tenemos que ir a una peluquería con nuestros niños porque no nos queda de otra, por favor, hagámosles la espera más agradable. No se trata de "partirles pa'rriba" sino de educarlos y de darles actividades o interactuar con ellos para que no molesten a las demás personas.

Entre la "chinita" bostezando y estornudandome casi encima, comiendo y hablando sin parar, el chiquillo un poco más y me escupe y me hace caer de mi silla y la madre amenazandolo con "exterminarlo", llegué a mi casa muerta.

Gracias que, a pesar de todo, hace unas uñas espectaculares si no, no sé en que hubiera parado aquello.
¡Valió la pena el sacrificio!

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