miércoles, 8 de abril de 2015

Ser Índigo, el antes y el después en mi vida


ahmed-martel-profile


“No puedes confundir la cara y los ojos de un Índigo, tienen una mirada muy profunda, muy sabia y la de un alma antigua. Sus ojos son la ventana de sus sentimientos y de su alma. Ellos no se pueden esconder como otros. Cuando los lastimas se sentirán muy en desacuerdo contigo y quizás hasta cuestionarán el haberte escogido, pero cuando los amas y reconoces quienes son se abrirán a ti como ningún otro”.
-Doreen Virtue.


Lucy Ramón y yo hemos desarrollado una gran amistad a pesar del poco tiempo que tenemos de conocernos.  Últimamente, nuestros temas han girado sobre la espiritualidad, la evolución del ser, vidas pasadas, los diferentes estados de consciencia y tantos otros que desde siempre me obsesionaron e impactaron.
Lucy es una señora trigueña, vistosa, elegante y portadora de una expresión alegre que contagia a todo aquel que se le acerque. Pero lo que más me sorprendió de esta extraordinaria mujer, es su habilidad para adentrarse en los temas de la mente y el espíritu. Esa sabiduría que destella y confianza que inspira, me ha invitado a conversarle detalles sobre mí que he mantenido dormidos en algún lugar del cerebro. Otro detalle interesante percibido en su perfil de Facebook, es el lugar donde trabaja. ¡Oh, si! con orgullo le recuerda a sus visitantes: “Trabajo las 24 horas en tu corazón”. ¡Y sí que lo hace!
Ayer día 4 de abril, durante una de nuestras habituales conversaciones telefónicas, me dijo algo que ciertamente me puso a pensar:
— ¿Sabés lo que es un niño Índigo?
Mi sorpresa no se hizo esperar, pues jamás había escuchado esa palabra.
— ¿Índico? ¡Jamás! ¿Qué cosa es?
— No es “Índico” Ahmed, es “Índigo”, con la letra “G”.
— Tampoco Lucy, nunca había escuchado esa palabra.
— Pues te animo a que te informes sobre ella —me dijo de inmediato—, es una clase de niño con características especiales. Me interesa mucho saber lo que recibes.
— Claro, lo haré.
Mientras ella continuaba adelante con la conversación, la curiosidad que aquello había despertado en mí, no me dejaba tranquilo; por lo que al mismo tiempo hacía una búsqueda en Google sobre el tema. Lo que encontré me llenó de estupor.
Es muy difícil hablar sobre uno mismo, nunca me ha gustado, pero para mí esto significa mucho, viene a responder sobradas preguntas que me había formulado siempre sobre mi manera de ser, de actuar y de pensar. Estoy seguro que quienes me conocen personalmente, están comprendiendo cada palabra de lo que estoy escribiendo.
— Lucy, quiero decirte que mientras me hablas estoy leyendo sobre los niños Índigos, cosas positivas y negativas sobre ellos, pero se me hace muy interesante. 
— Sabía que te iba a gustar —me dijo tranquilamente—, yo quería que tú lo leyeras, concluyó enfatizando.


Yo a la edad de 5 años
Heme aquí a la edad de 5 años

Hoy día domingo 5 de abril y en la mañana, lo primero que hice al darle los buenos días a mi madre, fue preguntarle si había escuchado la frase de “Niño Índigo” alguna vez. Su respuesta fue inmediata y contundente, todavía me sorprendió más:
— Tú eres un niño Índigo.
— Pero… ¿cómo es eso? ¿De qué estás hablando? 
— Cuando tenías 3 años —empezó diciendo—, te llevé a una psicóloga. No me parecía que era normal lo que hablabas, la manera en que te introducías en las conversaciones de los mayores, tu resistencia a que se te dieran órdenes… En fín que te llevé. La psicóloga me dijo que lo mejor sería te regresara cuando tuvieras más edad, pues a pesar de aquellas actitudes poco usuales en un niño de 3 años, resultaba difícil emitir un diagnóstico concluyente. Te regresé a los 6. Fuiste sometido a ciertas pruebas mentales y los resultados arrojaron a un niño de 10 añitos. La doctora me preguntó si yo sabía lo que era un niño Índigo, le respondí que algo había escuchado hablar al respecto, a lo que ella me respondió: Ahmed es un niño Índigo. 
Interrumpí a mi madre. Nunca pude entender la razón de su silencio. Me dijo que lo había olvidado, pero a la vez me hizo entrever que no deseaba que nada me perturbara durante mi crecimiento posterior.
— Si madre, le dije, pero debiste haberme dicho eso antes. Esto responde muchas interrogantes sobre mí.
No entré en discusiones con ella sobre el particular, pues entendí que lo había hecho todo con la mejor de las intenciones. Sin embargo, ella prosiguió: 
— Ahora entiendes porqué te pedía pusieras tu manito sobre mi cabeza o en la espalda cuando me dolía, eso me aliviaba.
Hasta el momento todo me parece confuso y debo digerir conscientemente esta nueva realidad que me presenta la vida. De lo que sí estoy convencido, es que este día representa para mí un antes y un después en lo que siempre he llamado como difícil cruzada por la evolución. Nuevos retos se imponen ante mí y sabré afrontarlos con la misma pasión, deseo y positivismo de siempre.

Aquí les comparto uno de los tantos videos que he visto hoy sobre el tema:

No hay comentarios.:

Publicar un comentario