Por Lucy Ramón.
Mirar el horizonte parado sobre el muro del malecón, más que una rutina, es una necesidad; se le pelan los ojos a uno escarbando el viento para separar el mar del cielo, convencido de que allá, a lo lejos, vive la libertad… En cuanto oscurece, los viciosos al malecón comienzan a llegar y ya a la medianoche, es todo un hormiguero; en esta suerte de emporio tienen su espacio los fuertes y los débiles aún cuando la Ley de la Selección Natural se impone en el malecón sino pregúntale a los jineteros(a) que se la pasan corriendo detrás de los dólares para sobrevivir.
El malecón es el templo de los incrédulos, la ermita de los que no pierden la fe y el rincón donde vienen a llorar los que se dieron por vencidos; acá se sirven en bandeja de plata el cambalache, el trapicheo, el bisne, la competencia y el deseo de escapar.
Cada quien tiene su espacio en el malecón y su magia envuelve a todos en tolerancia y aceptación. Los dueños del malecón se protegen y se respetan.
¡Que nadie se quede fuera del malecón! Los gays tienen muy bien ganado su pedacito de malecón. Ellos sufren las mismas penas y tienen los mismos sueños. Son un ejemplo de amor y perseverancia. Sin su fuerza y colorido el malecón es nadie.
También son propietarios del malecón ”los extranjeros del patio”, esos cubanos suertudos que fueron reclamados, les llego el bombo o se casaron con extraños, estos regresan al malecón a exhibir sus ropas de marcas, su billetera y sus joyas, y para decirles a sus ex colegas que del lado de allá hay un mundo de oportunidades que los espera.
Los mantenidos por los que se fueron vienen al malecón a competir con los menos afortunados; haciendo galas de su ignorancia, caminan de allá para acá hablando por sus celulares, ”especulando”, como se dice en Cuba a la charlatanería barata. Estos infelices sueñan con el país de las Maravillas, donde los dólares caen como Maná del cielo.
Hay quienes levantan sus casas de campaña sobre los arrecifes, improvisan un fogón, tiran un cable de electricidad para oír música y se animan a bailar… Del lado del mar se sienten libres.
Los que se escondían para escuchar a Los Beatles y pasaron por la vergüenza que les cortaran públicamente su pelo a ”lo Lenon” y les rajaron sus pitusas ”tubitos”, se ganaron un lugar sagrado en el malecón, ellos son y serán siempre los pioneros de la inconformidad, los eternos rebeldes encanecidos, portadores de una enfermedad llamada “Diversionismo Ideológico”, cuyo virus ha ido mutando durante los últimos cincuenta años, dando al traste con una oposición pacífica, como resultado de su ”complicación” y todos los días aumenta el número de los contaminados.
Cualquiera creería que los niños que saltan y juegan en el malecón son inocentes criaturas… ¡No se engañe! Los más grandecitos van allí a ver lo que se les ”pega” y de paso, se van entrenando para su futuro de maleconero. No se pierden ningún detalle, ningún movimiento.
Los rockeros, raperos, reguetoneros, bisteceros y todos los que se niegan a escuchar el discurso gastado con el que engañaron a sus padres y abuelos, escriben sus rebeldías sobre el muro del malecón van allí a gritar lo que quisieran ser.
Algo que llama la atención, es el lenguaje que predomina en el malecón; es una especie de español cubanizado, entendible solo por los maleconeros; a veces suena vulgar y chavacano. Allí las palabras cambian su significado increíblemente. Eso sí, el tema diario de conversación es el mismo: ”la pira”. En el malecón se concretan trámites migratorios, viajes clandestinos, matrimonios hasta con el diablo y un sin fin de artimañas que solo se les ocurre a los cubanos para huir.
Muchas veces, cuando la ola de los sueños rotos cubre el malecón, se escuchan voces de cambios, de reclamar derechos. La Libertad que se pasea por el malecón muchos quieren llevársela para sus casas y entonces es cuando el malecón ruge y el régimen tiembla… El malecón es el caballo donde cabalga la esperanza. El régimen tiene muy malos recuerdos del malecón y le teme.
Al malecón se va a creer y a soñar.
El malecón es el lugar donde quisiera despertar dándole la espalda al horizonte y mirar, hasta que se pelen los ojos a mi Cuba libre.
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