Por Lucy Ramón.
Imaginemos que en este matrimonio, el hombre impone sus reglas y reduce a su esposa a la condición de esclava. En los principios, estas imposiciones las hacia, a través de la manipulación, de mañas y supuestos "acuerdos" para que la mujer no se percatara de que había caído en manos peligrosas.
No hay nada que se parezcan más que, la política y el matrimonio, los dos, trabajan como las arañas, los dos se sostienen sobre acuerdos y confianza. A diferencia de la política, un verdadero matrimonio sienta sus bases en el amor, el respeto y la confianza de las partes. Pero, cuando del régimen castrista se trata, ahí si que hay que coger palco, la política deja de ser lo que es para convertirse en un mecanismo represivo y es por esa razón, por la que se me antoja comparar, a este régimen con un matrimonio mal llevado.
Imaginemos que en este matrimonio, el hombre impone sus reglas y reduce a su esposa a la condición de esclava. En los principios, estas imposiciones las hacia, a través de la manipulación, de mañas y supuestos "acuerdos" para que la mujer no se percatara de que había caído en manos peligrosas.
A medida que la esposa se fue dando cuenta que las prohibiciones eran para ella y la balanza siempre estaba a favor de su marido, ésta comenzó a disgustarse. Ella no podía visitar a sus amigas, él iba a donde quería sin dar explicaciones, en caso de tardarse. Para comprarse las cosas que necesitaba, el dinero nunca alcanzaba pero él, el magnate, siempre tenía su billetera lista para darse los gustos que quisiera. Ella, realizaba todas las tareas del hogar, mientras él, se la pasaba echado delante del tv o en fiestas, parrandas y mujeres.
Con el tiempo, la inconformidad subió de tono y de tono subieron también los gritos, los golpes y los abusos de su esposo. La mujer, aguantaba humillaciones de todo tipo y su verdugo por su parte, gozaba de los privilegios que dan el poder y el miedo.
Ella siempre aguantó y esperó a pesar de que, cada día el fuego de su infierno ardía más fuertemente. Pasaron los años y cuando los hijos crecieron, comenzaron a emplazar a su padre por los abusos hechos a su madre, la familia fue tomando cartas en el asunto hasta que, un buen día al esbirro se le ocurrió "cambiar".
Ya se estaba poniendo viejo, su virilidad era un chiste y como ya estaba cansado de sus andazas, decidió hacer ciertas "concesiones". Le permitió a su esposa ir a visitar a su familia, para entonces, ya no le quedaba ninguna amiga, comenzó a tratar con consideración a su mujer y le prometió que nunca más, le pegaría.
Así, asi mismo, como ese matrimonio maldito es como veo los famosos "cambios raulistas". Durante 55 años, los cubanos tuvimos que soportar la violación de nuestros derechos, a penas hace menos de un año, el régimen castrista les permitió a los cubanos viajar fuera de Cuba y eso, no todos pueden hacerlo.
Y pregunto; ¿por qué algunos incautos de alma esclava aplauden y ven con beneplácito los "cambios de Raúl"?
¡No!, no me conformo a aceptar pasivamente estos cambios porque ninguno de esos cambios me va a devolver a mi y a mi generación tantos años de restricciones, de mentiras, de promesas, de secuestro, de dolor… ¡No y mil veces no!.
¡Me niego a pactar con los asesinos de mi pueblo!.
¡Me niego a aplaudir a quienes me robaron mi niñez, mi juventud y parte de mi vida!.
¡Me niego rotundamente a aceptar cambios que ratifiquen en el poder a quienes durante años golpearon, fusilaron y asesinaron a cubanos inocentes!.
¡Que nadie venga con discursos subliminales plagados de confusión.
¡Quiero una Cuba libre y democrática!.
¡Pa'fuera la dictadura!.
¡Prohibido olvidar!.
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