Por Lucy Ramón.
Cuando Celedonia Vicenta despertó, tenia las manos atadas a la camilla, el cuarto estaba a media luz y la cabeza de su madre descansaba cerca de sus pies, abracada por el brazo derecho, sólo se veian los pelos, su cara estaba contra en colchón como quien quisiera asfixiarse dormida.
No había nada a su alrededor. Quería pellizcarse para comprobar que realmente estaba allí, en aquella habitación, quién sabe si de un hotel o un hospital. Según sus ojos se fueron acostumbrando al poco de luz, sus pensamientos se arremolinaban preguntándose que había pasado, por qué estaban allí ella y su madre. En cuanto intentó cambiar de posición, la señora levantó la cabeza asustada:
- Tranquila hijita. Todo está bien. Te desmayaste hace tres días, te han visto los doctores y todos los exámenes te han dado negativo. Un poco de estrés, es lo único que ha dicho el doctor de cabecera. Vamos a ver qué dice el psiquiatra luego de chequear tu celular.
- ¡MI CELULAR! DIOS MIO!
- No Chenta, no grites. A tu celular no le pasó nada, a pesar de que cuando te caiste, soltó la tapa por un lado y la bateria por otro. Tu gatica fue quien sacó la bateria de debajo del sofá.
- Mamá, ¿dónde está mi teléfono?. Traimelo ahora mismo,¡ ya!. - Gritó histérica.
- Creo que no voy a poder complacerte, hija. El equipo de psiquiatras se ha reunido con especialistas en adicciones a videojuegos y redes sociales y tu teléfono es la fuente de información que ellos poseen para analizar tu caso.
- Qué caso, ni caso… No me vengas con el cuento de que por culpa de un celular me van a tildar de loca.
Tum-tum! Una mano estaba tocando la puerta del lado de afuera.
- Pase doctor.
Invitó la madre con una sonrisa.
Vicenta pujo' una sonrisa.
- ¿Quién tiene mi celular, usted?
- No, tu celular quiso dormir un rato mientras tu dormias y aún no se despierta.
- Muy simpático de su parte!. Deme mi teléfono.
Vicenta extendió su mano.
- Ummmmm....Te propongo algo.
- Le dije que quiero mi celular aquí, ahora y déjese de trato alguno.
- Chenta, mi'ja, el doctor necesita conversar contigo, ¿verdad doctor?. Mira, hijita, ellos te lo devolverán en cuanto terminen con él.
- ¿Ellos?
- Sí ellos, los especialistas y yo queremos ayudarte.
Vicenta supo que su juego habia acabado, que su felicidad se habia esfumado, que sus zapaticos de cristal se habian roto y con ellos, el encanto se desapareció. Por más de un año, la Vicenta cayó atrapada en la magia de la web y sin darse cuenta se fue involucrando en un personaje ficticio que, pasó a tomar vida cuando ella, comenzó a proyectarse a través de dicho personaje.
Cuando Vicenta abrió su falso perfil, ya, inconscientemente habia dado muestras de que tan inconforme se sentía con su aspecto físico y su negación a aceptarse tal y como es, la condujo a la puerta de la fantasía y cuando lo decidió, entro a vivir en ese mundo irreal que, con el tiempo se convirtió en su propia y secreta "realidad".
Descubrir una aplicación que le permitiera transformarse en lo que quería ser, fue una herramienta muy eficaz. Vicenta comenzó jugando a NO ser Vicenta y luego se convirtió en Cenicienta. A esta Cenicienta no le hizo falta la varita mágica de un hada madrina; con pinchar una tecla, Vicenta sufría una metamorfosis total. Se convertía en una sexy modelo top que, se vestía y desvestía cada vez que quisiera. Lucía las combinaciones de ropas, zapatos, carteras y bisutería de las marcas más caras y elegantes. Visitaba los sitios más bellos. Mantenía una rutina diaria de ejercicios. Vivía en una mansión cerca de los Estefan y se codeaba con famosos de renombres.
Vicenta, la Cenicienta, subía a las redes sociales fotos de todas las actividades que "realizaba" desde que despertaba, hasta minutos antes de dormir.Las cosas se fueron complicando cuando en una discoteca "conoció" a Prince Royce, el muchacho que canta bonito y es muy agradable. Esa noche, el corazón ceniciento quedó flechado y al parecer, ella no pasó inadvertida ante los ojos del manguito cantante.
El romance duró meses. Para entonces, la Vicenta no podía verle la cara a quien le hablara, los dedos volaban sobre el teclado del celular. A veces no tenia tiempo para bañarse y cuando alguien le hablaba, se ponia de mal humor, ¡Contra! ¿Será que no se dan cuenta que estoy con mi Príncipe?.
Casi ni masticaba la comida,¿lavarse los dientes? ¡No! Que va...no puedo dejar de "conversar"con mi amorcito. Un día, los abuelos fueron a visitarlos, hacía tres años no los veían y aún así, Vicenta sólo salió a recibirlos y se encerró en su cuarto. Nunca supo cuando se fueron, por cierto, se fueron muy disgustados. En aquella casa nadie les prestó atención. Su hijo, el padre de Vicenta, abrió su laptop y comenzó a jugar La Granja. Tenía que "recoger las fresas" a las 06:00 pm, de no hacerlo, perdía la cosecha. La nuera, mientras preparaba la comida, hablaba con sus amigas con el "blutu'" enganchado en la oreja, parecía una loca, hablando sola.
Una de las hermanitas llamó para decir que no iría a dormir esa noche porque se quedaría en casa de una amiguita celebrando un "pijama party" y la otra, la más atinada, se deshacía en excusas con sus abuelitos que habían viajado millas para visitarlos. Los viejos se sentaron como dos extraños a mirar el panorama. Era una casa de locos.
Cuando sirvieron la mesa, cada quien se sirvió pero cuando iban por la segunda cucharada, tres celulares sonaron y papá, mamá e hijita corrieron a contestarlos. Cuando Vicenta anunció que se casaba, hace tres días, todos se quedaron atónitos. Cenicienta se casaba con Royce, vestida de blanco y con sus zapaticos de plástico transparente que, parecían de cristal y Vicenta, disfrutaba en silencio su relación, mientras planificaba el "gran día", el día que les comunicara a sus amigos, compañeros de clases y todos los que se burlaban de ella que, estaba celebrando su boda con el chico más codiciado del momento.
Vicenta de verdad se creía el "vuelco que habia dado su vida". Después de un tratamiento que se extendió por seis largos meses,Vicenta regresó a casa. Para entonces muchas cosas habían cambiado. Sus abuelos decidieron vivir por una temporada en su casa. En un espacio vacío del recibidor permanecían callados cuatro celulares y una laptop cerrada.
Chenta miró el suyo, le pasó los dedos al cover y sonrió.
Todos lloraban con una sonrisa.
-Y mira chenta, hay más...
La hermana atinada, le traía unos papeles: era el formulario para hacer el contrato con el gimnasio al que todos, hasta los abuelos iban a hacer ejercicios.
Cuando la madre y la abuelita sirvieron la mesa, hubo un silencio humeante de paz. Todos sonreían mientras las lágrimas les corrían. Nadie recordaba el tiempo que hacía que la familia se reunía en la mesa a la hora de cenar.
Pues como ven, jamás existió tal Cenicienta, ni los zapatos eran de cristal.
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