domingo, 30 de noviembre de 2014

Mi tía y su hijo, "Parte III"



Por Lucy Ramón.


No recuerdo con exactitud qué tiempo se pasó la ahijada, sé que mi otra tía se regresó y ella se quedó al cuidado de mi tía que era una fiera en eso de cuidar la virginidad y la moral. Ahora si me convirtieron en la guardiana pública de la muchacha y mi primo ni se le acercaba, él sabía que mi tía no se prestaba para sinverguenzuras de ningún tipo. Cuando mi tía Cota, regresó ya la ahijada campeaba en la casa, le ponía la mesa a todos, salíamos a hacer visitas a amistades cercanas y todas las amigas de mi tia quedaban impactadas con las maravillas de aquel pozo de virtudes que mi tía tenia en su casa. 


Las primeras en quererla fueron las galleguitas, unas viejitas solteronas, muy recatadas que querían mucho a mi tía y soñaban con ver casado a mi primo con una buena mujer. Desde el primer día quisieron a la ahijada. Como ya les he contado, a las mujeres de mi familia les gusta "el café fuerte y el chocolate espeso", por eso, un buen día, estando solitas en la casa, mi tía le preguntó a la ahijada de su hermana:


-Venga acá mi'ja, ¿usted quiere casarse? (mi tía sabía que a la ahijada le gustaba su hijo. Unas cuantas veces la habíamos sorprendido muy embelezada mirándolo cuando él daba la espalda).
- Si tía, si quiero casarme pero todavía no tengo novio.
- Eso ya lo sé, Cota me contó que nunca haz tenido novio pero, ¿y si se te presenta algún enamorado, lo aceptarias?
- No.
- Y por qué, mi'ja? (Incidió mi tia con malicia).
- Ah, porque el que yo quiero no me quiere.

Mi tía acaba de confirmar todo lo que necesitaba, a partir de ahora, era cuestión de tiempo y tacto. La ahijada se fue a su casa y volvimos a quedarnos solas. Cualquiera pensaría que vivía con mi tía pero no, no vivía con ella, sucedía que mi escuela estaba en la acera de enfrente y cuando llegaba tempranito algunas veces, ella me tenía listo mi café con leche. En el receso volvía a tomar agua fría y a llevarle a mi maestra. Cuando nos soltaban, mi tía se asomaba y me cruzaba la calle porque los carros de la policía y los "caballitos" parqueaban en la estación de la motorizada y bajaban la loma que parecían rayos. Los otros carros hacían lo mismo y a mi tía le daba miedo que me pasara "algo".

Ella no me dejaba ni comer mamoncillos, decía que me ahogaría y cuando lograba que me los comprara, me los trituraba o me obligaba a masticarlos como si fuera una nenita y ya yo era una "tarajallua" (jajajaja). Cogía unas luchas con eso de que podía ahogarme que, un día me llevó a dos cuadras, en su misma acera para que viera la foto colgada en la pared de un vecinito que se había ahogado con un caramelo.

- Pero tia, ese niño tenía tres años y yo tengo diez.
- ¡No me importa!, cualquiera se ahoga y ese susto no lo paso… ¡Me muero!.

A mis diez años creía que mi tía era una vieja exagerada y caprichosa, hoy recuerdo lo nerviosa que se ponía al verme comiendo mamoncillos, hoy, hoy supe lo que mi tía me quería.  Ahora me doy cuenta que para ella, yo era su hija, la hembra que no tuvo y quizás deseó tener. La vida, no me dio tiempo para decirle cuánto la quería pero sé que ella estaba convencida de que yo la adoraba.

Cuando salía de mi escuela, almorzaba con mi tía y a eso de las dos o las tres, me iba a mi casa y cuando me bañaba le decía a mi mamá que iba a hacer la tarea en equipo y recogía en su casa a alguna amiguita de mi clase y en el pasillo de casa de mi tia, me tiraba en el piso a estudiar. Si había alguna merienda, me la daba y al caer la noche, regresaba a mi casa.

Gracias a mi tia Mercedes, aprendí a peinarme sin romper el peine. Ella tenía un peine de carey que lo cuidaba como un tesoro y no dejaba que nadie lo usara pero a mi me lo prestaba luego de una sesión de explicaciones prácticas de como desenredar un "nido de gallina". Empezaba por las puntas y poco a poco iba subiendo hasta lograr que cada hebra se organizara,  ¡Qué paciencia!, ¡Cómo sabía hacer cosas mi tía!.

Nadie como ella para limpiar, lavar, planchar, cocinar (hacía una sopa de pescado riquísima), sobaba el empacho y "cortaba" la "disipela" o culebrilla con una tijera y oraciones. A veces, me santiguaba con un ramito de albahaca porque decía que yo tenia "mucha vista".

¿Mucha vista? (pensaba), ¿quién miraria tanto a una niña?, pero si tía lo decia, por algo era, ella era una estrella que había pedido permiso para vivir acá por un tiempo y luego volvería a subir. Por eso, cuando miro el cielo y veo pocas lucecitas parpadeando, trato de encontrar las que más brillen, estoy segura que una de esas, es mi tía Mercedes.


Continuará...

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