lunes, 13 de octubre de 2014

Mis recuerdos: Pancha, la abuelita del barrio


Por Lucy Ramón.

Un día como hoy , en 1982 murió en Cuba una vecina mía, a la que todos queríamos como una abuelita muy especial. Parecía una jiribilla, cutareaba de puerta en puerta llevándole sopa a los muchachos enfermos y a los más pequeñitos para que se acostumbraran a su sazón.  Le hacía un mandado a cualquiera, sobaba a los empachados, le pasaba un gajito de albahaca al que tuviera "mal de ojo". Pancha, no era espiritista, ni santera, ella decía que santiguarse sino te hacia un bien, un mal tampoco te haría. Ella sólo creía en su virgencita del Cobre y en el amor entre las personas. Esta viejita era un ser de luz que le salvaba la "campana" a cualquiera.


Todavía recuerdo aquel día, cuando un profesor quiso obligarme a limpiar un pasillo enorme, el central, que unía dos edificios de mi adorada formadora de maestros Frank País. Para entonces había sufrido un esguince en el brazo izquierdo y aquel señor insistía en que tenía que limpiar o servir en el comedor.

¿Se imaginan? Le dije que no lo haría y el profe, enfurecido me tiró en el piso los libros y cuadernos que llevaba en mis manos y me botó de la escuela. Automaticamente me llevó para dirección y me entregó una nota citando a mis padres por "falta de respeto".

Me fui a casa pero mi fama de "fresca y gallarusa", me condenó de antemano y mi madre se creyó la mentirita piadosa de que estaba de "pase" , a pesar de que era jueves. La verdad, no sabía cómo decirle a mis padres que me habían expulsado de la escuela. Llegó el lunes y armé un artistaje de los míos. Ese día mis dolores menstruales eran "terribles", así que libre mi primera batalla. Con lo que no contaba era, con que la profesora Caridad, de Educación para la Salud, se aparecería en mi casa mandada por el director.

En cuanto la vi subiendo la lomita del Zanjon, salí corriendo y me escondí detrás del sofá de mi buena vecina pero ahí mismo reaccione y le conte a Pancha todo lo sucedido. ¿Y qué creen? La abuelita del barrio se paró en la puerta y cuando la enviada se dirigía a mi casa, ella se le adelantó:

- Maestra, ¿usted busca a mi nieta Lucy?
- Si. ¿Usted es?
- Soy su abuela. Sus padres están viajando y yo la cuido. Pero pase, pase y siéntese. ¿Quiere café? 
- No.Gracias. 
- Mire, ya mi nieta me contó lo sucedido y créame que estoy muy apenada. Ella no podrá incorporarse a su beca hasta que sus padres regresen en dos meses pues están trabajando en otra provincia y como ve, yo no puedo ir a hablar con el profesor, tengo mis piernas que no dan más y...
- ¡Tranquila señora!. Usted sólo debe firmar esta nota y yo hablo con la dirección. Eso si, mañana, su nieta debe estar en el centro a las ocho.
- Gracias. Puede estar segura que esta situación no volverá a repetirse, ayer hablé con sus padres por teléfono y cuando regresen ya ellos sabrán qué hacer. Mi nieta es una niña buena pero contestan, si lo sabré yo...
- ¿Dónde firmo?, pondré mi nombre completo para que el director vea que usted cumplió con venir.

Y asi mismo firmó: Francisca Seguít González. 
Mientras la maestra se alejaba, me entró un ataque de risa, le miraba la cara a Pancha y no podía creer que se había prestado para hacerme esa "pala". ¡Ah! ¿Que no me regañó? ¡Seguro! Me dijo de todo pero esta historia quedó entre nosotras, era un secreto que ella se llevó y yo lo guardé con mucho cariño hasta hoy.

Para el Dia de las Madres, no había madre o abuela que recibiera más regalos y cariños que mi viejita Pancha.Tenía un galillo único, cuando los muchachos se fajaban, se quitaba la cutara y repartía por igual y ningún padre salía a reclamarle. Casi nunca la cutara tocaba el cuerpo, era sólo alarde y griteria de ella. Jamás le permitió a sus hijas y nietos que hablaran mal de otras personas y si alguien venía con bretes, le decía:

- Oye, esta casa es sagrada.¡Vete!

Y lo botaba sin miramientos. Cuando parí mi primera hija, parecía que ella era la parida. Hacia unos meses nos habíamos mudado a otro barrio pero siempre iba a visitarla y muy feliz que se sentió cuando me le hizo un puré de malanga con sus milagrosas manos, puré que devoró en un santiamén.  Cuando le dio el stroke que le provocó la muerte, la cuide en el hospital; me parece estar mirándola, estaba ida pero su carita reflejaba una paz extraordinaria. 

Recuerdo que la velamos toda la noche en la funeraria pero al amanecer tuve que ir a mi casa y de ahí a mi trabajo a pedir el día libre. Oigan esto, como Pancha no era mi familia, si me ausentaba, lo considerarían una indisciplina laboral por lo que no pude regresar pero en cuanto vi que eran las diez de la mañana, me escapé de mi escuela, le dejé mis alumnos a mi auxiliar pedagógica y salí caminando desde el Micro II hasta el cementerio Santa Ifigenia. Allí, en la entrada, debajo de ese árbol, esperé el cortejo fúnebre y no me fui, hasta que concluyo el sepelio.

Miren los años que han pasado y en mi corazón guardo todo el amor de mi Pancha. Así señores, así nos criamos los cubanos. Los vecinos eran nuestros familiares más cercanos, sufrían nuestras fiebres, celebraban nuestros logros y estábamos siempre ahí , dispuestos a servirnos unos a otros.

Dondequiera que estés, todos los 13 de Octubre, una lagrimita de amor es para Pancha, la abuela del barrio.

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