lunes, 19 de enero de 2015

Renta en Hialeah, una odisea. Parte III



Por Lucy Ramón.


Mientras Ana le explicaba al fantasma llamado Ingrit, pensé: "si a mi un jefe me hace eso, empiezo a dar gritos, me tiro en el piso, me halo los pelos y me tienen que llamar al rescue y luego, le pongo una demanda por "battery", agresión y el mundo colorao, con gusto le hubiera servido de testigo a esa señora pero, hay gente aguantona que lleva la sumisión en los tuétanos. A ese chivo lo pongo a trabajar de por vida para mi".

En honor a la verdad, Ana quiso ayudarme con el cambio para un primer piso. ¡Se hizo el milagro!. Ingrit y la llave salieron de su escondite casi al mismo tiempo. Cuando Ana colgó ya sabía que allá, en el conde-monio, digo, condo-minio, un señor le entregaría la llave a la "figura decorativa" a la que le están pagando un salario por explicar, malamente, cómo llegar a la oficina de los contratos. 

Efectivamente, el amo de llaves apareció apurado delante de mi, le di las buenas tardes y no se enteró. Me dio la dichosa llave y siguió su camino rodeado de otros trabajadores con los que hablaba acerca de equipos electrodomésticos de los aptos. Volvimos a chocar con la misma piedra.

Le di la llave a la jovencita y sin despegarse el celular que era más grande que su carita, se levantó con mucha calma de aquella silla, donde parecía la habían pegado con crazy glue. La muchachita hablaba con Ingrit, quien le preguntaba si habían aptos en la planta baja. Lamentablemente todo estaba ocupado y tendría que esperar hasta finales de Febrero, que salían los que aún no estaban disponibles.  

Subimos la escalerita, muy cómoda, por cierto y entramos. "Niu paquer". Chequeamos todos los detalles, le dimos las gracias a la muchacha que "volaba" a pegarse otra vez a su silla y a hablar por su celular.

Dice Jorge que es una "balserita" recién llegada que no habla inglés y está impactada con el teléfono. Como para mi, ser balsero es un HONOR, regañe al "imperfecto". Para subirse en una balsa hay que ser VALIENTE y yo soy una cobarde, le tengo pavor al mar. Mientras caminaba, me veía viviendo allí, caminando por aquella cocina donde nadie ha cocinado porque todavía no le han puesto el fogón ni el refrigerador, ni el microondas, ni nada.
Continuará...

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